viernes, 11 de julio de 2008

Instrumentos en las manos del Señor


Hace ya algunos años, sobre 1988, una tarde, mientras hacia mi ruta de taxista, una chica me paró y me dijo que quería ir a una librería situada en la calle Camelias. Había venido desde Tarragona junto con su marido y tenían que volver a su casa ese mismo día. Ella se montó en el taxi, y su marido nos seguía con su propio coche. No tenía ningún inconveniente en llevarla, aunque sí es cierto que eran las 19:50h aproximadamente de la tarde, y temíamos que al llegar, la librería ya estuviera cerrada. Le pregunté a qué librería se dirigía, y me dijo que a una librería evangélica, para regalar una Biblia a su marido, ya que era su cumpleaños.
De todos los taxistas que había en Barcelona, Dios hizo que ella me parase a mí, debido a que Él sabía que yo también era evangélico (hay que tener en cuenta que para aquellos años había muy pocos taxistas evangélicos); y que por tanto, conocía perfectamente donde estaba esa librería. Gracias a los atajos que tomé, pude llevarla antes de que cerraran. Cuando llegamos a la librería, la persiana ya estaba medio bajada pero todavía había alguien dentro. El marido se bajó del coche y le preguntó si todavía les podía atender, a lo que respondieron afirmativamente.
Finalmente, aquella mujer pudo volver a su casa con el regalo de cumpleaños para su marido; y yo pude volver a la mía con el regalo que en ese día Dios me había dado al utilizarme para algo especial.

Jordi Benito

lunes, 7 de julio de 2008

Lo debil se hace fuerte


Cuando vivía en Inglaterra, en ocasiones, venía a pasar las vacaciones a España con mis padres. Yo era una cristiana “bebé”, esto es, recién convertida; y mi hermana era católica carismática. Un día ella me invitó a su grupo de oración y enseñanza. Mientras nos dirigíamos al lugar caminando, le comenté que notaba como los discos de mi columna vertebral se iban
debilitando. Su marido, que es médico, ya me había diagnosticado que esa dolencia se debía al accidente de coche que había tenido con anterioridad, y que a los cuarenta años acabaría en una silla de ruedas. Cuando llegamos al local, empezaron a orar, y después tuvo lugar la enseñanza. De repente, noté debajo de mi columna como si una aguja con un hilo me fuera cosiendo todas las vértebras hasta llegar arriba. En ese momento sentí que mi columna estaba fuerte como nunca. Me quedé tan parada que no dije nada. Al salir, en el camino de vuelta a casa, le dije a mi hermana lo que me había sucedido. Desde entonces no he vuelto a sentir debilidad en mi columna, sino que sigue manteniéndose totalmente fuerte.

Ana Taylor