domingo, 14 de septiembre de 2008

Dios también habla en sueños


Cuando tenía veintiocho años, me quedé embarazada de mi cuarto hijo. Y no fui la única, pues en mi iglesia, dos hermanas más, también estaban en estado de buena esperanza. Y como las tres teníamos mayormente niñas, en nuestras oraciones de damas le pedimos al Señor que nos diera varoncitos. Pasaron los meses, y cuando las tres estábamos cerca del alumbramiento, un sábado por la noche, tuve un sueño y vi a dos bebés preciosos que venían hacia mí, y detrás, uno más pequeñín (pues a una de las hermanas le faltaba más tiempo -como dos meses); venían como flotando por el aire y los tres eran varones.
Fue algo tan real, que el domingo, cuando fui a la iglesia le dije a las hermanas: "El Señor ha oído nuestras oraciones y nos va a dar tres varones".
Y así fue, a los pocos meses, fueron naciendo; el primero fue mi hijo Juan José: El 12 de agosto de 1975; el día 14 del mismo mes, fue Set; y dos meses después, el 10 de octubre, nació Elías.
Damos gracias a Dios por haber respondido a nuestra oración y habernos dado unos hijos tan preciosos, que ahora, hechos ya unos hombres, son unos santos varones de Dios. ¡A Él sea toda la gloria!

Mª Rosa Heredia

Canasta de Amor


Señor cuando me pasó lo que os voy a contar.
Estaba en mi país de origen (Ecuador) donde vivía sola con mis tres hijos pequeños. Mi hija Sandra de 12 años, Carol de 7 y Víctor Manuel de tan solo 5 añitos de edad. Las cosas no habían ido bien esa temporada, y eso se notó mucho en la economía de la casa, tanto fue así, que recuerdo que aquel sábado, me había quedado sin comida y sin dinero, no tenía ni un real; ya no tenía nada para poder darles a mis hijos de comer.
Esta situación provocó que les dijera a mis hijos que al día siguiente no íbamos a comer en todo el día, sino que ayunaríamos. Mi hija Sandra, extrañada, entonces me preguntó <<¿Todos mamá? ¿Víctor Manuel también tiene que ayunar?>> Si hijita le dije, él también va a ayunar.
Al día siguiente por la mañana nos levantamos para ir a la iglesia evangélica como cada domingo hacíamos, yo no comenté nada a nadie, ni al pastor por la situación que estaba pasando. De manera que nadie sabía nada excepto Dios. Es por costumbre en la iglesia de mi país levantar una “canasta de amor” cada domingo por la mañana, una canasta en la que se recogen diferentes paquetes de comida y se le regala a algún miembro de la iglesia. Ese día después que se acabara la reunión también se recogió la canasta, y al acabar de recogerse el pastor se levantó y dijo:

Esta semana la canasta de amor será para la hermana Graciela.

Era tan grande la canasta que se había recogido, que el mismo pastor tuvo que llevármela a mi casa con su coche porque yo no podía con ella. Esa misma noche cuando llegué a casa, vi que mi hijo mayor también me había traído algo de pollo y de carne para comer.
Tuvimos comida para las dos o tres semanas siguientes y un testimonio que contar para toda la vida.

Graciela Acosta