domingo, 14 de septiembre de 2008

Canasta de Amor


Señor cuando me pasó lo que os voy a contar.
Estaba en mi país de origen (Ecuador) donde vivía sola con mis tres hijos pequeños. Mi hija Sandra de 12 años, Carol de 7 y Víctor Manuel de tan solo 5 añitos de edad. Las cosas no habían ido bien esa temporada, y eso se notó mucho en la economía de la casa, tanto fue así, que recuerdo que aquel sábado, me había quedado sin comida y sin dinero, no tenía ni un real; ya no tenía nada para poder darles a mis hijos de comer.
Esta situación provocó que les dijera a mis hijos que al día siguiente no íbamos a comer en todo el día, sino que ayunaríamos. Mi hija Sandra, extrañada, entonces me preguntó <<¿Todos mamá? ¿Víctor Manuel también tiene que ayunar?>> Si hijita le dije, él también va a ayunar.
Al día siguiente por la mañana nos levantamos para ir a la iglesia evangélica como cada domingo hacíamos, yo no comenté nada a nadie, ni al pastor por la situación que estaba pasando. De manera que nadie sabía nada excepto Dios. Es por costumbre en la iglesia de mi país levantar una “canasta de amor” cada domingo por la mañana, una canasta en la que se recogen diferentes paquetes de comida y se le regala a algún miembro de la iglesia. Ese día después que se acabara la reunión también se recogió la canasta, y al acabar de recogerse el pastor se levantó y dijo:

Esta semana la canasta de amor será para la hermana Graciela.

Era tan grande la canasta que se había recogido, que el mismo pastor tuvo que llevármela a mi casa con su coche porque yo no podía con ella. Esa misma noche cuando llegué a casa, vi que mi hijo mayor también me había traído algo de pollo y de carne para comer.
Tuvimos comida para las dos o tres semanas siguientes y un testimonio que contar para toda la vida.

Graciela Acosta

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